#Issue 78: Por qué sí revisitar (otra vez) los clásicos.
Hace un día que se estrenó la nueva versión de Disney de "La Bella y la Bestia" y, a falta de datos sobre la taquilla, el tráiler del film ya obtuvo récord de visitas el mismo día de su salida a la luz. Ya hay quien ha criticado la nueva moda en Disney de volver a sus clásicos para rodarlos en versión "carne y hueso" (ya lo hizo hace unos años con "Cenicienta", ahora la "La Bella y la Bestia" y en un futuro próximo "Mulán", "El libro de la selva" y hasta "El rey León") o de crear una segunda parte (dentro de poco veremos la continuación de "Mary Poppins"). Otros critican a la factoría por dulcificar los finales de los cuentos folklóricos recogidos en el siglo XIX ya que "dan a los niños una idea poco realista de la vida".
Desde luego que Disney ha hecho un flaco favor en cuanto a la difusión de estereotipos dañinos en un sentido sociológico, pero tampoco se le puede negar el haber tratado de remediarlo en los últimos años. Si películas como "Tiana y el sapo" o la reciente "Vaiana" sitúan a mujeres mucho más independientes que en los clásicos de antaño, tampoco a alguna que otra película de los 90 se le puede tachar de difundir una ideología más "tradicional" respecto a sus protagonistas (basta con comparar, por ejemplo, "la sirenita" o "Cenicienta" con "Mulán").
La protagonista de "La Bella y la Bestia" ya encarnaba un ideal de mujer muy diferente a sus antecesoras "princesas Disney (aunque con su perfección física y su belleza como rasgo distintivo, no lo vamos a negar), valiente, con inquietudes y valores inmateriales más allá de su propia belleza. Por supuesto, para que el lema de la película hubiese tenido sentido y nos hubiésemos creído eso de que la belleza está en el interior Bestia tendría que haberse quedado siendo una bestia... pero no se puede pedir todo.
En esta última versión protagonizada por Emma Watson (ya de por sí una cara conocida en Hollywood por su lucha en favor de los derechos de las mujeres) se acentúan aún más los rasgos psicológicos positivos de Bella como una mujer transgresora en una sociedad cerrada a los cambios (aunque sin profundizar, como es de esperar en una película familiar) y otros personajes que justifican lo que sólamente se pincelaba en la original de 1991. Muy sonado es, también, que en esta nueva versión aparece el primer personaje abiertamente homosexual en Disney.
Hemos querido traer hoy este ejemplo por la controversia que siempre suscita el adecuar un cuento clásico al siglo XXI un poco más. No sería lo mismo cambiar el sentido del Quijote que adaptar cuentos que precisamente nacieron para moralizar y aleccionar a los niños de entonces. ¿Qué hay de malo, pues, en dotarlos de valores considerados más positivos e igualitarios? Por supuesto que los textos del XIX de Perrault, Andersen y los hermanos Grimm deben conservarse para su estudio y lectura, pero tampoco hay nada de malo en cambiar ciertas historias para que así los niños vean como normal que una mujer no sólamente ha nacido para casarse con un príncipe que conoce de 10 minutos y así poder realizarse como persona, ¿no?