#Issue 2 El monte Fuji: algo más que la cima natural de los japoneses.
A media hora de casa o al otro lado del planeta. Existen miles de bosques, montañas, mares ríos, ciudades y, en definitiva, espacios fascinantes que conocemos de oídas o que, como es más probable, no conocemos. Están ahí y son muchos más de los que pensamos. Nosotros tampoco los conocemos (aunque nos gustaría), así que nos hemos puesto a investigar parar descubrir espacios en los que perderse para hacer con vosotros un breve pero intenso viaje a través del poder de la evocación. Ahora coged las maletas porque nos vamos a Japón.
Y así es como para quienes lo conocíamos de oídas y, sobre todo, de verlo a través de la gran pantalla, el monte Fuji, ha pasado de ser simplemente la montaña más alta de Japón a convertirse en un espacio inconmensurable, arrebatador y profundamente inspirador.
Imagen: Monte Fuji, de Hotel Mr. Fuji
A un par de horas de Tokyo, esta montaña que en realidad es un volcán con más de 10.000 años (y con más de 30 nombres) es prácticamente el emblema de Japón. Durante varios siglos (entre VIII el y XII) entró en erupción en repetidas ocasiones, la más famosa la del año 864 cuando estuvo activo durante diez días.
Imagen: Cuadro de Ogata Gekko, de Views of Mt. Fuji.
Y como todo espacio mítico, hay que imaginar al Monte Fuji cargado de leyendas. Su primera ascensión completa que está datada como real fue la de un monje budista en el siglo VII. Y decimos real, porque dentro del sintonismo se dice que la primera en ascender el Fuji fue precisamente la deidad Konohanasakuya-hime, hija del dios de los volcanes. La primera mujer que subió a su cima lo hizo a principios del siglo XVII, quien tuvo que hacerlo vestida de samurai y con la ayuda de hombres, que ya entonces creían en la igualdad, algo no entendible en la época ya que estaba vetado el acceso de las mujeres al ámbito público y espiritual.
Desde tiempos inmemoriales, el Monte Fuji ha supuesto la cima espiritual y no sólo natural de los japoneses, para quienes a día de hoy sigue siendo parte y propiedad de todos ellos. Ha pasado de ser un reducto (pese a su tamaño y altura) destinado a la espiritualidad a un fenómeno turístico al que viajan millones de personas al año. Hay diferentes rutas para subir a su cima y se dice que son millones los japoneses que suben al menos una vez al año. Es más, hasta hay cola de espera para casarse en su cima.
Pero por mucho que se masifique, esta cumbre Patrimonio de la Humanidad salta a la vista que seguirá siendo igual de imponente y lo suficientemente grande como para perderse por ella sin cruzarse con otro ser humano, tan inmensa como para que que nadie se quede sin contemplarla desde muchos kilómetros a la redonda e imaginándola vacía, en calma.
//R.
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